Gotas  

Posted by Iván Guillermo

Es una batalla.
Es nuestra batalla.
Una gota de agua y otra de aceite
que pelean juntos y entre si.
Pelean para ser al final una sola.

Una batalla de amor,
de besos, caricias, palabras...
Palabras que gustan,
palabras de duelen,
pero que al final unen.

Esta gota no es como las demás.
Esta gota no se aburre,
no se rinde mientras te tenga.
Esta gota sabe muy bien
que la batalla para conquistar tu corazón
no ha hecho más que empezar.

El sueño  

Posted by Iván Guillermo in

El sueño se repite.
Ella le habla, pero no le mira a los ojos.
Él espera ansioso lo que de antemano sabe.
Solo espera un cambio, pero no...

Cuantas veces tuve este sueño... no lo sé
Ahora ella le dice que no puede ser, no se puede...
Conozco a las personas del sueño.
Se que ella dice que no, mientras él piensa que si.

Él acepta la petición...
Acuerda ser su amigo, pero para él no es suficiente.
Él sabe por dentro que no se rendirá.
Ella sabe que no lo hará.

El sueño cambia...
Ahora soy él, ahora ella está a mi lado.
Ahora ahora escucho el corazón del joven,
ahora escucho mi corazón.
Late cansino y hastío, está rendido, no sabe que hacer.

Flor sureña  

Posted by Iván Guillermo in

Encontré una flor,
una hermosa flor sureña.
Cuando la encontré era solo un botón,
un hermoso y tierno botón.

Me acerqué al botoncito y esperé.
Me acerqué despacio, dando un paso cada día.
Poco a poco fue aceptando mi presencia.
Poco a poco fue aceptando mi calor.

Una noche se abrió.
Esa noche me dejó sentir sus pétalos.
Esa noche disfruté su aroma.
Esa noche probé su néctar.

Esa misma noche también se cerró.
Quise esperar a que se abriera de nuevo.
Quise esperar a ver su lindo color otra vez.
Quise esperar a sentir su aroma... pero no.

Quizá no le dí el suficiente calor.
Quizá no fue valiente al sentir sus espinas.
Quizá esa flor no era para mi.
Quizá yo no era para la flor.

Quizá todo fue un sueño...

Se extinguió la luz  

Posted by Iván Guillermo in

Quise ir al cielo,
no pude.
Quise quedarme en este mundo,
y aunque me aferré al él con todas mis fuerzas,
no pude.
Quise dejar de ser un pobre diablo para convertirme en ángel,
pero no pude.

Ahora estoy aquí,
en el amargo infierno de mi vacía existencia.
Ahora estoy aquí,
lamentando mis actos y llorando a mis adentros.
Ahora estoy aquí,
añorando una oportunidad que no volverá.

Era frágil,
la esperanza que me hacia mirar al cielo.
Fue fuerte,
la tormenta que desaté y destruyó esa esperanza.
Solo quedan la tristeza y los recuerdos.

Se extinguió la luz.

El día que no oscureció  

Posted by Iván Guillermo in

Ya casi es medio día, en la oficina hace un calor infernal. El ventilador que tenia junto al escritorio no funciona, supongo que se debe a que pasaba ratos tratando de detener las aspas con un lápiz, el cual por cierto tampoco sirve, cuando intento sacarle punta, la barra de grafito sale quebrada. Hace una calor infernal y ya no puedo recogerme más las mangas de la camisa.

Frente a mi escritorio pasa la compañera nueva, se llama Doris y tiene las piernas más sabrosas que he visto en bastante tiempo, además lleva siempre una pequeña falda que es el deleite de todos los miembros de la oficina, en ocasiones se ha agachado a recoger algo del suelo que se le ha caído, o que alguien premeditadamente dejó caer, mostrando aún más sus piernas y de paso deteniendo por completo durante algunos instantes las funciones laborales del lugar.

A un costado de mi escritorio, y conformando una vista infinitamente más desagradable se encuentra la oficina de mi jefe, pasa todo el día pegado al teléfono, pretendiendo ser alguien importante o que pretende hacer cosas importantes, para mi, lo más importante que le puede ocurrir es que desarrolle algún tipo de tumor o mutación que le permita mantener el auricular junto a su oreja sin necesidad de usar las manos.

Es medio día y hace un calor infernal, ya es hora de almorzar. Salgo a comprar algo a la soda de la esquina, no tengo dinero, no me han pagado, pero por suerte don Chepe siempre me da fiado. La gente va de aquí para allá en su diario trajín, uno que otro se seca el sudor con un sucio pañuelo, mientras las señoritas recorren las aceras tapándose el sol con una sombrilla, y de paso golpeando en el ojo a alguno que otro descuidado transeúnte.

Han pasado horas desde que volví del almuerzo, ya pronto es hora de salir, y sigue la misma calor infernal y el sol no sé ha movido del mismo lugar donde lo dejé cuando regresé del almuerzo. Por la ventana puedo ver que la gente camina por la acera con el entrecejo fruncido, miran su reloj, suben la vista al cielo, de nuevo bajan sus miradas al reloj y se rascan la cabeza, nadie sabe que está pasando.

A las siete de la noche, o en este caso a las siete medio día, dos horas después de haber salido, sigo sentado en mi silla de la oficina, el jefe al parecer no se ha percatado que el día tiene mala pinta, nadie se ha ido, todos saben muy bien que ese tipo odia que alguien se retire primero que él. Finalmente decido mandarlo al carajo, guardo en la gaveta del escritorio, una cajita de metal, le pongo llave y me largo de ese lugar, lo más probable es que me despidan mañana.

En las afueras del edificio, y por toda la pequeña ciudad, la gente se mueve de aquí para allá, nadie se ha ido a sus casas, pareciera más bien año nuevo, solo que no hay fuegos artificiales. Decido irme hacia el parque, casi siempre es el mejor lugar para enterarse de que es lo que ocurre, ya sea porque alguien se lo dice a uno, o simplemente porque se lo comentan a otra persona con un todo de vos más fuerte de lo debido.

Es increíble, todos los poyos están ocupados, en el kiosko del parque no cabe un alma más, todas ocultándose del abrazador sol y a la vez admirándolo. Los chiquitos aprovecha a quedarse levantados hasta tarde jugando, corren de aquí para allá, dando gritos o saltos, o las dos cosas a la vez, son los únicos que no se avergüenzan de refrescarse con el agua de la fuente.

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Me encontraba sentado en el pasto, meditando sobre lo que haría al otro día con el contenido de mi cajita, cuando escuché un fuerte ruido, me di la vuelta y vi el carro de bomberos que iba a toda velocidad calle arriba, las personas más curiosas comenzaron a corre detrás del camión, a mi la verdad me tenia sin cuidado lo que pasara por allá. Pasados uno cinco minutos, llegó a mis oídos el rumor de lo que sucedía:
Es el edificio de tres pisos, – Decía un tipo que se sujetaba el costado, mientras intentaba hablar aguantando el dolor de un cólico – se está quemando, todos salieron, solo se quedó adentro el dueño, no quiere salir. Dicen que un ventilador de escritorio se prendió fuego y arrojó chispas sobre un montón de papeles que estaban sobre una mesa.

Las gotas comenzaban a caer como bolinchas, mientras mi cerebro trabajaba a toda velocidad tratando de atar cabos: el edificio, papeles, abanico, ¡la revista! - grite- mientras me levantaba de un salto. Comencé a correr calle arriba con toda la fuerza que podía, la gente estaba atravesada, mientras que el aguacero que caía me entorpecía la vista, parecía infinito ese camino, eran solo unas cuadras, pero podía jurar que se alargaban a cada paso que daba.

Al llegar vi el humo que salia del edificio, la lluvia, con ayuda de los bomberos, había comenzado a extinguir el fuego, aún así, no podía confiarme, no podía permitir que el contenido de mi cajita plateada se dañara. Un bombero trató de detenerme, pero al estar todo empapado, me pude soltar fácilmente cuando trataba de sujetarme, y logré escabullirme edificio adentro.

Llegué rápido al tercer piso, era el más afectado, había mucho humo y el agua ya comenzaba a colarse por el hueco en el techo que había hecho el fuego. El escritorio estaba sumamente dañado, pero eso no le impedía negarse a darme lo que yo buscaba, a patadas logré desprender la gaveta, y sacar la cajita, estaba intacta, fue muy buena idea usarla para guardar la revista, al que se le ocurrió era un genio.

Estaba al borde de las escaleras cuando vi a mi jefe, todo hecho añicos, y con algunas quemaduras bastante visibles, tenia un arma, y se estaba apuntando a la cabeza, sujetaba el arma de manera extraña y hacia visco mientras miraba fijamente el cañón, lo cual le daba una apariencia que se me antojó graciosa. ¡Salga, no sea idiota! - le grité.

Escuché el sonido de una detonación, y un instante después, un calor me recorrió el cuello y me desplomé por las escaleras como si fuera un viejo muñeco de trapo. Definitivamente, me había despedido.